Para los japoneses "Cien años de soledad" es el nombre de un exclusivo y costoso licor de cebada elaborado con un método centenario. Sería lícito hablar de oportunismo o incluso sacrilegio, pero la existencia permanente de la frase en el mercado de la tercera economía del mundo puede ser también el mejor homenaje del público nipón al primer Nobel colombiano de la historia. La versión japonesa de "Cien años de soledad" fue publicada por la editorial Shinchosha en 1972, en la traducción del profesor Tadashi Tsuzumi. Los primeros 4.000 ejemplares dieron inicio a 94 impresiones sucesivas y hasta 2006 se había publicado un total de 275.500 copias, según un portavoz de la editorial que califica el desempeño como “destacado”, dada la poca afición del japonés promedio por la literatura de otros países. Después del Premio Nobel a García Márquez, en 1982, el libro se convirtió en materia obligada en las facultades de español y la obra figura hoy en todas las bibliotecas públicas de Japón. Las librerías niponas, por su parte, suelen reservarle un sitio fijo destinado a los clásicos y ajeno a las tendencias editoriales del momento.
Autores de teatro, cineastas y escritores han pregonado con entusiasmo su encuentro con la obra cumbre de García Márquez y algunos relatan experiencias cercanas a una epifanía.
Encontrar la influencia de "Cien años de soledad" en la cultura japonesa contemporánea no es difícil. Autores de teatro, cineastas y escritores han pregonado con entusiasmo su encuentro con la obra cumbre de García Márquez y algunos relatan experiencias cercanas a una epifanía. El célebre escritor Kobo Abe (1924-1993) decía que su vida literaria se dividía en un “antes y después” de haber leído "Cien años de soledad". En un memorable y ocurrente discurso pronunciado en 1983, Abe despojó a García Márquez de su nacionalidad latinoamericana y aseguró que su universo literario quedaba mejor situado en el tiempo que en un espacio geográfico determinado. En esa misma ocasión, Abe citó un peculiar remedio para curar la “excesiva seriedad” de sus paisanos, estimulando con comida picante el hemisferio derecho de su cerebro. A continuación propuso que, para disfrutar la lectura de "Cien años de soledad", los japoneses comieran sushi. El picante del wasabi que adoba habitualmente el plato propiciaría el goce completo de la obra del autor colombiano. Años después de su muerte, la viuda de Abe contaba que, tras leer "Cien años de soledad", su marido había entrado en un período de depresión y bloqueo creativo que duró hasta 1982. Sólo al conocer la noticia del Nobel a García Márquez se recuperó y pudo continuar escribiendo, pues consideró que el autor colombiano había ya dejado de ser competencia directa al encontrarse “entre los inmortales”. Otro reconocido escritor japonés, Natsuki Ikezawa, asegura que sin García Márquez no se hubiera fijado en la literatura latinoamericana y sin "Cien años de soledad" no hubiese existido su obra "La caída de Matías Guili", la historia de una isla ficticia del Pacífico llamada Navidad que, como Macondo, se rige por una cosmogonía propia y contiene alegorías que intentan explicar el presente de su país.
"‘¿Qué diablos hará este hombre tan lejos de su casa?’. ‘¿Lo mismo que nosotros’, me contestó el amigo, ‘París está tan lejos de Tokio como de Buenos Aires’. Ese día aprendí que las distancias más largas y difíciles no son las geográficas sino las culturales”.
Ikezawa se ha proclamado evangelizador de la literatura latinoamericana en Japón y cuando las editoriales japonesas le piden seleccionar obras para colecciones de literatura mundial, García Márquez encabeza la lista de autores hispanohablantes. La relación más ambigua y problemática de un autor japonés con Macondo fue sin duda la del poeta, director de teatro y cineasta Shuji Terayama (1935-1983). Autor transgresor que tocaba géneros dispares, Terayama realizó una adaptación cinematográfica de "Cien años de soledad" que, según algunas versiones, no logró convencer al autor colombiano lo suficiente como para que le permitiera usar el título en su lanzamiento comercial. La película tuvo que ser reeditada y fue estrenada en el Festival de Cannes de 1985 como la obra póstuma de Terayama, con el título "Saraba no Hakobune" ("Adiós al arca"). Como el universo de Ikezawa, el Macondo de Terayama está impregnado de folclore japonés y se nutre de situaciones garciamarquianas como la desaparición de todos los relojes del pueblo, letreros pegados en las cosas para poder identificarlas y la penitencia de una mujer castigada con un cinturón de castidad en forma de cangrejo. García Márquez visitó Japón en octubre de 1990, invitado por la Japan Foundation, un organismo estatal que recibe personalidades del mundo, para inaugurar el Festival de Cine Latinoamericano en Japón. El nobel colombiano se reunió con el director Akira Kurosawa para ultimar los detalles de una película basada en "El otoño del patriarca", proyecto que nunca se llevó a cabo. En el discurso inaugural del festival de cine, el García Márquez dijo: “Hace muchos años, siendo joven y bello en París, vi un japonés por la primera vez en mi vida. Me pareció un ser tan remoto e indescifrable que le pregunté al amigo chileno que me acompañaba: ‘¿Qué diablos hará este hombre tan lejos de su casa?’. ‘¿Lo mismo que nosotros’, me contestó el amigo, ‘París está tan lejos de Tokio como de Buenos Aires’. Ese día aprendí que las distancias más largas y difíciles no son las geográficas sino las culturales”.